Oración por los enfermos en la Jornada Mundial del Enfermo
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Introducción:
Cada 11 de febrero, la Iglesia en todo el mundo celebra la Jornada Mundial del Enfermo. Esta Jornada fue instituida por San Juan Pablo II, y se celebró por primera vez el 11 de febrero de 1993. El deseo del Santo Padre era que la Jornada mundial del enfermo se convirtiera en “ocasión peculiar para crecer en la actitud de escucha, de reflexión y de compromiso real ante el gran misterio del dolor y de la enfermedad” (Mensaje para la I Jornada Mundial Del Enfermo. 11 Febrero 1993).
San Juan Pablo II escogió como fecha para la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo el día 11 de febrero, memoria de Santa María nuestra Señora de Lourdes. Él mismo explicó la razón: porque Lourdes “uno de los santuarios marianos más queridos para el pueblo cristiano, es lugar y, a la vez, símbolo de esperanza y de gracia en el sentido de la aceptación y el ofrecimiento del sufrimiento salvífico” (Carta de institución de la Jornada Mundial del Enfermo, 13 mayo 1992, n. 1).
La Fundación EUK Mamie-HM Televisión ha creado esta “Oración por los Enfermos, en la Jornada Mundial del Enfermo” con la intención de facilitar a las parroquias, grupos de oración y a cada fiel cristiano, que pueda orar por nuestros hermanos enfermos. En este ritual de oración, pedimos la salud corporal de los enfermos y el alivio de sus sufrimientos, pero sobre todo pedimos para que puedan comprender el valor salvífico del sufrimiento, y su aceptación se convierta en camino de conversión, de madurez interior y de una mayor grandeza espiritual.
Los textos del ritual están sacados de la Carta Apostólica Salvifici Doloris y de los Mensajes para la Jornada Mundial del Enfermo de los Santos Padres Juan Pablo II y Francisco.
Oración por los Enfermos, en la Jornada Mundial del Enfermo:
Lector: Al comienzo de nuestra celebración, en esta jornada de oración por nuestros hermanos enfermos, nos ponemos espiritualmente ante la Cruz que se alza en el Calvario. Allí encontramos a Jesucristo, Redentor del hombre y Varón de dolores, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos físicos y morales de los hombres y mujeres de todos los tiempos, para que en el amor puedan encontrar el sentido salvífico de su dolor y las respuestas válidas a todas sus preguntas. A los pies de esa Cruz, ponemos a todos nuestros hermanos enfermos. (Pausa en silencio para poner en la presencia de Jesucristo a los enfermos que queremos encomendar).
Lector: A los pies de la Cruz estuvo María, la Madre de Jesús, abrazada al sufrimiento del Hijo, compartiendo su dolor con su consoladora presencia. A su cuidado e intercesión confiamos a nuestros hermanos enfermos. A cada petición responderemos: Ruega por nosotros y por nuestros hermanos enfermos. Santa María, salud de los enfermos y consoladora del mundo.
Todos: Ruega por nosotros y por nuestros hermanos enfermos.
Lector: Santa María, Madre nuestra, que en Cristo nos acoges como hijos, auxílianos en nuestras enfermedades y sufrimientos.
Todos: Ruega por nosotros y por nuestros hermanos enfermos.
Lector: Santa María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor.
Todos: Ruega por nosotros y por nuestros hermanos enfermos.
Lector: Santa María, intercede ante tu Hijo por nuestros hermanos enfermos, para que sean aliviados en sus cuerpos si es necesario para el bien de sus almas.
Todos: Ruega por nosotros y por nuestros hermanos enfermos.
Lector: Santa María, defiende a nuestros hermanos enfermos de los ataques del Demonio. Que el enemigo de nuestras almas no consiga hacerles dudar del amor de Dios.
Todos: Ruega por nosotros y por nuestros hermanos enfermos.
Lector: Santa María, haznos dignos de contemplar hoy y por toda la eternidad el Rostro de la Misericordia, tu Hijo Jesús.
Todos: Ruega por nosotros y por nuestros hermanos enfermos.
Lector: Solamente el hombre, de entre todas las criaturas que pueblan la tierra, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué. Y sufre de manera aún más profunda si no encuentra una respuesta satisfactoria a su interrogante. Pero Cristo Crucificado y Resucitado tiene la respuesta al «por qué» del sufrimiento. Y aunque la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana, sí que proyecta sobre ellos una luz nueva, que es la luz de la salvación. Cristo, el Inocente, compra con su sufrimiento el precio de nuestra Redención. Y nosotros, con nuestro sufrimiento, participamos de forma misteriosa en la obra de la Redención. Solo a la luz de la vida eterna, a la luz del Cielo, comenzamos a vislumbrar el sentido del sufrimiento y su valor de eternidad, para nosotros y para toda la humanidad.
En nuestra intercesión por nuestros hermanos enfermos, no podemos olvidar esta gran verdad: que la Redención se ha realizado precisamente mediante la Cruz de Cristo, es decir, mediante su sufrimiento. La Cruz de Cristo se convierte en revelación del valor salvífico del sufrimiento.
Visualización del vídeo:
Lector: Elevamos nuestra oración ante nuestro Redentor, intercediendo por nuestros hermanos enfermos.
A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos. Pedimos que ninguno de nuestros hermanos enfermos desaproveche esta gracia especial con que el sufrimiento le guía hacia una más profunda conversión (Salvifici Doloris 26). Oremos.
Todos: Señor, escucha y ten piedad.
Lector: Cuando sufrimos unidos a Cristo, el sufrimiento nos lleva a ser hombres y mujeres completamente nuevos, dando una nueva dimensión a toda nuestra vida y vocación. Pedimos por nuestros hermanos enfermos, que el dolor les conduzca a la madurez interior y a una mayor grandeza espiritual (Salvifici Doloris 26). Oremos.
Todos: Señor, escucha y ten piedad.
Lector: “Como continuación de la maternidad que por obra del Espíritu Santo le había dado la vida, Cristo moribundo confirió a la siempre Virgen María una nueva maternidad —espiritual y universal— hacia todos los hombres, a fin de que cada uno, en la peregrinación de la fe, quedara, junto con María, estrechamente unido a Él hasta la cruz, y cada sufrimiento, regenerado con la fuerza de esta cruz, se convirtiera, desde la debilidad del hombre, en fuerza de Dios” (Salvifici Doloris 26). Pedimos por nuestros hermanos enfermos, para que en su dolor, encuentren siempre a la Virgen María al pie de su cruz.
Todos: Señor, escucha y ten piedad.
Lector: Queridos hermanos enfermos, en esta jornada de oración, hemos intercedido ante nuestro Señor Crucificado por vosotros. Ahora, somos nosotros los que tenemos algo que pediros a vosotros, y lo hacemos con las palabras que San Juan Pablo II os dirigió en la Carta Apostólica Salvifici Doloris: “Os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la Cruz de Cristo”.
Todos: Amen
Lector: Queridos hermanos enfermos y todos aquellos que los cuidáis, queridos hermanos que sostenéis con vuestra intercesión a vuestros hermanos que sufren, pedimos a la Virgen María, “Salud de los Enfermos” y “Madre de los vivientes”, que sea nuestro apoyo y nuestra esperanza y, por medio de la celebración de la Jornada del Enfermo, acreciente nuestra sensibilidad y nuestra entrega en favor de quienes están viviendo en la prueba, junto con la confiada esperanza en el luminoso día de nuestra salvación, cuando toda lágrima sea enjugada para siempre (cf. Is 25, 8). Que nos sea concedido el poder gozar ya desde ahora de las primicias de aquel día con la alegría sobreabundante -aun en medio de todas las tribulaciones (cf. 2 Co 7, 4)- que, según la promesa de Cristo, nadie nos puede arrebatar (cf. Jn 16, 22) (San Juan Pablo II. Mensaje para la 1ª Jornada Mundial del Enfermo. 11 de febrero de 1993).
Todos: Amén
-Hna. Beatriz Liaño, SHM